Aprovechando que estoy en mi odiada realidad acompañé de muy malas ganas a la señora que me dio la vida a una ciudad que te lleva al consumismo, llena de personas estresadas, trabajólicas, las cuales siempre están con prisa, chocan y golpean sin importarles el “a quien” y el “como”, sin disculpas ni reflexiones, todo lo que está a su paso corre un serio riesgo. Hicimos algunas compras para cubrir necesidades, al término de nuestra visita fuimos al terminal de trenes, para poder volver a nuestra ciudad de origen, faltaba una hora para que llegara el tren, lo sabía antes de llegar, tenía que hallar una forma para quemar el tiempo, al abrir las puertas me di cuenta que todo estaba resuelto, 5 monitos bailando en la pista, haciendo piruetas, saltos y pasos, solo practicaban, nada extraordinario, pero nunca había presenciado un momento así, me senté en primera fila para observarlos, los miraba seriamente, sólo se ganaba mi sonrisa, aplausos y atención al que le tocara el turno de mostrar sus destrezas, todos se percataron de mi presencia, algunos se mostraron indiferentes, pero la mayoría no podía apartar su mirada, trataban de concentrarse y dedicar algún tiempo para observarme disimuladamente, claro, no lo lograban.
Había un chico que llamaba mi atención, era muy guapo y su cuerpo estaba en forma, era el chico de las 2 muñequeras negras, tenía una sonrisa angelical y un carisma extraordinario, era el mejor del grupo, hacía sus piruetas limpiamente y sin errores, era un verdadero deleite a la vista, por otra parte había otro chico que también llamó mi atención, tenía una polera fosforescente y una sonrisa verdaderamente traviesa, él se ganó mis miradas.
El chico de la polera fosforescente siempre estaba activo-¡Hey mírame, aquí estoy!-decía con sus ojos, no me daba tiempo para observar a los demás, quería mi atención solo para él, es un chico muy caprichoso, cada vez que hacía una pirueta trataba de terminar mirándome o en dirección hacia a mí, cada vez que terminaba me miraba, me observaba, me recorría son esos ojos que sólo lograban sonrojar mis mejillas.
La tos y mi garganta no me dejaban tranquila, era un dolor angustioso y tedioso, no me dejaba concentrarme en los detalles, cada vez que respiraba era un dolor que me consumía, debía utilizar una bufanda para evitar el aire frio y mitigar mi dolor, mi aliento no me dejaba ver, cada vez que respiraba a través de la bufanda delataba mi respiración con un vapor blanco, éste obstruía mi visión. . . Sólo tenía dos opciones: Observar o respirar con dolor, escogí la primera.
El chico de la polera fosforescente en un momento decidió no dejarme observar a los otros, celosamente me tapaba la visión con su gran espalda mientras alardeaba y felicitaba a sus compañeros, que chico tan egoísta, no sé porque no puedo dejar de observarlo. . . Llega la hora de su regreso, muchos de sus compañeros se fueron, solo él se quedó con 2 compañeros más, se sentaron exhaustos por la práctica mientras conversaban, no quería que el tiempo transcurriera, pero inevitablemente llegó el tren y mi cuenta regresiva comenzó.
La señora se levantó de su asiento y me obligo a seguirla para abordar el tren, me paré torpemente mientras lo observaba-¡Hey chico, mírame!-pensaba, a la mitad de mis pasos volteó su mirada hacia mí, nerviosamente agité mi mano derecha en señal de una triste despedida y el sonrió, volteé para seguir adelante y a los lejos escuche un grito -¡Adiós!- provenía de sus labios, una sonrisa se escapó de mi boca y volteé para seguir despidiéndome del chico que me robo la mirada, agité mi manos nuevamente y el me respondió con un beso a la distancia, mi corazón parecía estallar de felicidad, pero el tren sellaba nuestra separación, un amor a quedado en la estación.